Reflexionamos sobre el aumento de esperanza de vida y cómo utilizar ese tiempo adicional que nos regala la longevidad de la mano de la experta Bárbara Rey Actis, fundadora de Longevity Initiatives.
Kronos, aión, kariós eran tres palabras que utilizaban los griegos para definir el tiempo. Aristóteles, Newton, Einstein, entre otros, también desarrollaron su propia definición del tiempo, siendo la de Einstein la más revolucionaria porque sostiene que el tiempo es indivisible del espacio y pasa a ser relativo. Ya no tiene orientación y varía de acuerdo con el observador, el lugar y la velocidad a la que se mueve.
Además de intentar definir qué es el tiempo, el ser humano ha invertido grandes esfuerzos en medirlo. Antiguamente, el tiempo cósmico y el biológico estaban sincronizados, pero hemos pasado de regirnos por los ciclos de la naturaleza, las estaciones, el día y la noche, a estar literalmente atados al tiempo gracias al reloj o al móvil, y a medirlo en unidades cada vez más cortas dando paso a la primacía de la inmediatez. Hemos apartado nuestro reloj bilógico de su unión con la naturaleza y el cosmos.
El aumento de la esperanza de vida nos da un regalo, que no es más que el regalo del tiempo extra, y justamente, uno de los grandes desafíos de la longevidad, es decidir qué hacer con él. Vivir mucho tiempo puede ser la oportunidad de realizar cosas maravillosas y sentir que la gracia del tiempo extra es una bendición o puede convertirse en algo tedioso, rutinario y hasta maldito.
En una vida más larga, el tiempo, se redefine, se reestructura, cambia, abre nuevas posibilidades y retos; nos llama a la reflexión sobre cómo puede llegar a ser esta vida, darle un significado nuevo, un sentido, en definitiva, un propósito. Somos la suma de infinitos actos realizados a lo largo del tiempo y estos pueden ser azarosos o meditados.
Etapas de la vida
Uno de los cambios más profundos de la longevidad, tiene que ver con el fin de la forma convencional de estructurar nuestra vida en tres etapas. Hasta ahora, las personas estudiaban en su juventud, trabajaban en su madurez y se retiraban en la vejez. Este es el modelo de vida más comúnmente aceptado.
Pero vivir más años implica convivir con las transiciones, con idas y venidas, múltiples responsabilidades y complementariedad de estas etapas vitales. Cambiar la relación con el tiempo rompe con el precepto de que determinadas actividades son para determinadas edades y aporta mucha más libertad a la vez que requiere un nivel de mayor apertura mental y flexibilidad.
Por mencionar algunos ejemplos, es de esperar que no solo estudiemos durante nuestra juventud, sino que abracemos la cultura del “lifelong learning” o aprendizaje a lo largo de toda la vida para mantenernos actualizados. Los años que trabajemos se extenderán gracias a la mayor esperanza de vida y la forma en la que trabajamos se flexibilizará, surgiendo nuevas formas de relación laboral como la “gig economy” (economía basada en contratos por proyecto). La jubilación como la conocemos hoy cambiará porque no tiene sentido pasar la mayor parte de nuestra vida (unos cuarenta años) fuera del sistema productivo y creativo cobrando una pensión por parte del Estado, que, por otro lado, es cada vez más insostenible.
Vemos, por tanto, que el uso del tiempo en nuestra nueva larga vida será más productivo, flexible, fluido y cambiante, pero ¿qué pasa con el tiempo libre?
Pobreza de tiempo libre
La vida moderna nos ha llevado a la gran paradoja de contar con más tiempo que nunca, en cuanto a esperanza de vida, pero, a su vez, sentimos que tenemos menos tiempo libre que nunca y nos declaramos pobres de tiempo.
Esta permanente sensación de falta de tiempo tiene varias causas, entre ellas, la imposición de la cultura del éxito asociada al trabajo que surge con los yuppies y la espiral ascendente que se impone a medida que se progresa económicamente, llevando a las personas a trabajar cada vez más, para mantener un nivel de vida cada vez más exigente. El tiempo se usa para ganar dinero.
Por otro lado, se entiende el tiempo libre como aquel que no se utiliza para trabajar, pero gran parte de él se destina a realizar tareas cotidianas que no son percibidas como tal. Es importante poder saber realmente cuánto tiempo libre real se tiene y en qué se utiliza. Últimamente parece que, si no se cuenta con tiempo libre asociado al ocio, dedicado a la diversión y al consumo industrializado y privatizado, no es percibido como tiempo libre.
La sensación de no tener tiempo se produce porque no lo estamos utilizando en aquello que realmente nos da placer, desde un paseo distendido por un parque, una charla sincera con un amigo, un rato de juegos con los hijos, ni tampoco lo estamos invirtiendo en los llamados “activos productivos” como aprender algo diferente, conocer gente nueva, recorrer nuevos espacios creativos, etc.
La nueva longevidad invita a repensar en qué utilizaremos el regalo del tiempo y nos da la posibilidad de encontrar aquello que nos apasiona, conocernos, explorar y experimentar cosas nuevas, ir más allá de nuestra especialización o zona de confort. ¿Te animas?