Alfonso R. Sánchez, investigador asociado de la Fundación de Estudios de Economía Aplicada (Fedea) y CFA, PhD, analiza en este artículo las pensiones de los autónomos.
“Things as certain as death and taxes, can be more firmly believ’d”.
Daniel Defoe, The Political History of the Devil, 1726.
Espero que el señor Defoe disculpe mi atrevimiento, pero, además de la muerte y los impuestos, los trabajadores autónomos activos debemos añadir las cotizaciones sociales a la lista de certezas. Algunos de ustedes pensarán que estoy siendo redundante ¿no son las cotizaciones sociales, a fin de cuentas, iguales a todos los efectos a los impuestos? Dinero ganado con duro trabajo y entregado al Estado para sus (no siempre confesables) fines. Como en todos los debates genuinos, tendrán parte de razón. Pero solo parte, porque conceptualmente las cotizaciones sociales no son impuestos (aunque en algunas circunstancias se comporten igual).
En primer lugar, porque los autónomos eligen las bases contributivas, y con ellas las cuotas, algo que no recuerdo haber podido hacer con mis impuestos. Esto, para muchos, es un “privilegio”’ aunque, como veremos más adelante, “regalo envenado” sería una descripción más precisa. La diferencia más importante es que al elegir la base se modifica el valor futuro de la pensión de jubilación y de otras pensiones. Declarando una base mayor se pagan cuotas mayores, pero, a cambio, se adquiere el derecho a acceder a mayores trasferencias de pensiones en el futuro. Los economistas (y nuestras abuelas) llaman a esto ahorro, no impuestos.
Y ahorrar es un problema para casi todos; con honrosas excepciones. La mayoría está demasiado ocupada con las angustias inmediatas para contemplar nuestras necesidades a treinta años vista. Por esta razón inventamos la Seguridad Social: para obligarnos a ahorrar y evitarnos así trances difíciles en nuestra vejez. Esta compleja institución tiene, sin duda, otras importantes funciones, pero canalizar una trasferencia suficiente de recursos de la fase laboral a la fase de vejez está en su mismo origen y es tan importante hoy como entonces.
La pensión del autónomo vs el asalariado
Lo que nos lleva a la pregunta central del documento publicado por Fedea en diciembre pasado (y que motiva este artículo): ¿Es el programa de la Seguridad Social para autónomos un éxito? La evidencia apunta a una respuesta negativa. El lector encontrará esta idea (junto a otras apenas esbozadas aquí), desarrollada con detalle en el documento citado.
Baste indicar aquí la triste evidencia que emerge al comparar las pensiones mensuales medias de las altas de jubilación del RETA frente al Régimen General: 761 vs 1.283 euros (media anual en 2019). Estas cifras son el resultado de cotizar por la base mínima durante la mayor parte de la vida laboral o, dicho de otro modo, por ahorrar poco “por la vía pública”’. Y son un problema porque, de acuerdo con los datos de la Encuesta Financiera de las Familias (EFF) del Banco de España, el autónomo medio no parece ser capaz de cubrir con ahorro privado la diferencia.
¿Por qué se eligen las bases más bajas posibles? Podemos conjeturar que se debe a una combinación de los siguientes factores: falta de información; imposibilidad para el común de los mortales de entender el sistema incluso conociéndolo; dificultad de elegir la mejor estrategia, incluso si se entiende el sistema y, finalmente, nuestra conocida incapacidad de renunciar al gasto inmediato, pese a entender las consecuencias.
En otras palabras: la Seguridad Social informa mal sobre un sistema incomprensible, del que es imposible calcular las expectativas de rentabilidad y riesgo que deberían guiar una decisión de ahorro e inversión racional. También hay que reconocer, por cierto, que la elección de la base mínima es racional en algunos casos. Por ejemplo, para el importante colectivo de autónomos de ingresos muy bajos y también cuando la pensión mínima nos hace caer en una “trampa de ahorro”, descrita con precisión en el artículo.
¿Se debería entonces optar por bases mayores para ahorrar más? La respuesta depende de las circunstancias personales, la aversión al riesgo y las expectativas sobre el futuro del sistema de pensiones. En un trabajo anterior mostramos que, para una mayoría de autónomos, la respuesta podría ser afirmativa (incluso si las pensiones públicas se recortasen apreciablemente y debido, en parte, a los tipos sin riesgo negativos y la perspectiva de una represión fiscal creciente).
Llegamos al final del artículo y, con él, dejamos el largo plazo y volvemos al presente. Los autónomos tienen, con seguridad, cosas más importantes en las que pensar en estos días que en su ahorro de largo plazo. Estamos en mitad de una pandemia y la prioridad debe ser mantener los ingresos. No hace falta recordar que no se debe aumentar el ahorro forzoso de los autónomos en estas circunstancias (por muy oportunos que esos ingresos puedan ser para la Hacienda Pública). Pero conviene tener presente que el sistema actual no está bien diseñado y que migrar a un sistema de cotizaciones más eficaz y más “humano” (es decir, asequible a los humanos) debe estar entre nuestras prioridades para una reforma futura.
Puedes descargarte el documento completo sobre “Normativa de cotización y pensiones de trabajadores autónomos en España: ¿se incentiva el ahorro vital?” Asimismo, te invitamos a ver nuestra guía temática para trabajadores autónomos.