La longevidad, entendida como la esperanza de vida de los individuos, viene registrando un aumento casi lineal desde hace más de un siglo en todos los países, lo que está generalizando y a la vez impulsando el denominado “riesgo de longevidad” (la probabilidad de que, cada vez, más individuos vivan más de lo esperado), se configura, desde el punto de vista de su cobertura social o colectiva, como una de las grandes contingencias del siglo XXI. Y es que los avances en el sector sanitario y farmacéutico, unidos a los cambios en el estilo de vida de la sociedad, han contribuido a que la vida humana haya logrado prolongarse más allá del promedio que las generaciones (cohortes incluso) precedentes habían logrado alcanzar. Así, se ha ido consolidando un descenso en la mortalidad entre los más mayores, fruto de la evolución de la esperanza de vida al nacer, que en España ha ido mejorando (en promedio) a un ritmo de cuatro años por década en el último siglo hasta superar los 80 años en la actualidad.
Ello provoca una evolución en la concepción clásica de la “gran edad”, que tumba las delimitaciones contemporáneas de “tercera” o, incluso, “cuarta” edad y que cada vez engloba personas que van a vivir más y, en general, mejor. De hecho, la “esperanza de vida saludable” también ha experimentado un notable avance a nivel global, permitiendo que nos hagamos mayores más saludablemente. En España, país que ocupa el podio de la longevidad mundial, este indicador se situaba en los 72,4 años en 2015; es decir, diez años menos que la esperanza de vida grosso modo. En todo caso, se constata la buena noticia del aumento de los años que esperan vivir los individuos, con la contrapartida de los importantes desafíos sociales, económicos, financieros y, especialmente, previsionales que ello conlleva.
La correcta comprensión de la longevidad obliga a valorar cuidadosamente el impacto de este fenómeno en la industria del ahorro que, por su parte, ejerce un papel relevante en la oferta de productos y servicios más eficaces y eficientes para la planificación (financiera, entre otras) de vidas más largas. Hablamos no sólo de productos que proporcionan un flujo económico, sino que también puedan proporcionar servicios asistenciales en función a las eventualidades que puedan darse en los individuos como consecuencia de la mayor longevidad.
En efecto, estamos consiguiendo que la vida sea cada vez más larga gracias a los avances de la ciencia y la técnica, y la bioética va a ser la rama de la ética encargada de abordar los problemas de esta naturaleza que puedan traer consigo estos avances. Se pondrá de manifiesto la necesidad de proteger a los ciudadanos cuando sus datos personales son procesados por compañías aseguradoras y cómo, para afrontar esto, se están empezando a fijar marcos legales que limitan la aplicabilidad de ciertos avances médicos en el sector asegurador, así como el manejo y gestión de estos datos.
La creciente longevidad incide directa e intensamente en el centro de la diana del reto de la sostenibilidad de los sistemas de pensiones públicas, sobre el que se viene debatiendo intensamente. Pero la longevidad también tiene una notable vinculación con las contingencias de dependencia y salud, ámbitos en los que la industria aseguradora cobra especial relevancia en su cobertura. En este contexto de incidencia generalizada del riesgo de longevidad en la actividad de las ramas aseguradoras que cubren las contingencias de vida, el Capítulo 4 se inicia con el impacto de la creciente longevidad en las herramientas predictivas del seguro de vida, que analiza la necesidad que tienen las compañías aseguradoras de disponer de modelos predictivos lo suficientemente precisos para estimar la longevidad de sus asegurados y, consiguientemente, las mejoras que se están produciendo en ella.
Para conocer toda la información sobre el reto de la longevidad, no dudes en acceder al informe completo “El reto de la longevidad en el siglo XXI. Cómo afrontarlo en una sociedad de cambio” pulsando aquí.